domingo, febrero 06, 2005

CELTIBERIA SHOW (El Lado Oscuro)


Semos asina.


Conduces sin moverte a través de un páramo mesetario, de contornos distorsionados por la canícula. Te preguntas cómo demonios pudieron convencerte para organizar unas vacaciones por la piel de toro, a bordo de tu utilitario y durante el verano más caluroso de la historia.

Rodando por un entramado de carreteras secundarias, tropiezas con uno de esos pueblos fantasma, olvidados por el tiempo desde que algún funcionario decidió construir la autopista unos kilómetros más allá.

El enmohecido bar de una gasolinera descolorida parece ser el centro de actividad social. En su interior se despliega un rancio paisaje confeccionado a partir de elementos nobles: formica, hule, bichos disecados, un penetrante hedor a jamón y fritanga y un puñado de moscas perezosas sobrevolando un biotopo del pasado presente.

Con el primer trago de cerveza, tu mirada se detiene en ese expositor tambaleante en la penumbra de un rincón. Te acercas, azuzado por tu inveterado afán de explorador musical. Y entonces se despliegan ante ti verdaderas sinfonías del horror y del error, psicofonías capturadas en estereofonía y genuinas “versiones originales”: los alardes abisales de los laringectomizados leoneses conviviendo con los carismáticos Pillo’s Boys y sus hits Garabirubi o Pueblo Mío. El Pelos y Los Marus renegando del modelo metrosexual con El Legionario. Comando A transmutados en una suerte de Village People castizos con coartada televisiva. O el donjuanesco Dandy Salomon –nuestro Robert Palmer particular- rivalizando en sex appeal con la declaración homoerótica del cejijunto José Angel y su Madre Soy Cristiano Homosexual.

Espectros que la Transición no logró dejar atrás porque, simplemente, jamás hubo tal cosa. Puro espejismo para las masas.
Una dimensión alternativa donde la risa se troca en rictus. Un circo de catetos que, de pronto, ya no resulta en absoluto gracioso, sino punzante y siniestro, en la medida que desvela una parte insondable de nosotros mismos. Un eslabón tosco del genoma celtibérico, una herencia incómoda y desasosegadora que nunca hubieras querido entrever.

Entonces esperas que un elegante Rod Serling emerja de la grasienta cocina dándote la bienvenida a la Dimensión Desconocida. Pero no. Se trata tan sólo de otra bifurcación hacia la carpetovetónica España de los Botejara. Un universo paralelo –pero dolorosamente real- donde la momia del tío Paco sigue viva y bien, tutelando un legado atado y bien atado. Y por mucho que aceleres para dejarlo atrás, el páramo es interminable. Definitivamente, España es diferente.

viernes, diciembre 31, 2004

GRANOLLERS 70s. Artistas de si mismos


Salvador Dalí inmerso en pleno viaje a la Alta Mongolia
(Granollers - 19 de agosto de 1974)



En la década de los ’70, la población catalana de Granollers resplandece como un insólito Camelot pop en medio de un páramo yermo y en blanco y negro. El meridiano de la modernidad cruzaba por sus cielos y el crítico de arte Josep Corredor-Matheos la bautizará como “la ciudad-piloto de la alegría”.
En un contexto sociopolítico tan adverso, nada hacía presagiar que esta capital de comarca, cruce de caminos de fructífera tradición comercial, floreciera como improbable faro artístico y soñara con iluminar la vanguardia contracultural. Pero así fue, gracias a la visión de un puñado de jóvenes inquietos que supieron aprovechar las limitaciones y contradicciones de un tardofranquismo agónico.
En Granollers los años ’70 han adquirido la condición de referente soñado, de territorio idealizado y proclive a la cómoda tentación de la nostalgia. Y, por tanto, un recordatorio finalmente incómodo en la medida que, por comparación, pone en evidencia la mediocridad en la que estamos instalados. En aquella verdadera Edad de Oro la ciudad bulle en lo creativo. Hay que recuperar el tiempo perdido, y una simple relación cronológica de acontecimientos y personajes provoca vértigo.
Las celebraciones anuales de la Semana del Cine Español atraerán, año tras año, a lo más granado del star system castizo. Se suceden múltiples certámenes y exposiciones de arte al más alto nivel. Sobresalen la potente I Muestra Internacional de Arte. Homenaje a Joan Miró, las tres ediciones del Concurso de Arte Joven -que la convertirán en la primera población del estado en la que se organiza un concurso del nuevo arte conceptual- o las impactantes acciones del performer local Jordi Benito, incluido el sangriento desuello de una vaca, en vivo y en directo, en el museo municipal. Un peculiar concepto del happening –“cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier momento”- se convierte en la enseña de esta revolución mental que idolatra a la juventud y su sentido hedonista de la existencia, reprimido durante demasiado tiempo.
En 1974 la ciudad acoge la celebración de dos multitudinarios happenings callejeros que, parafraseando con sorna la retórica del régimen, hicieron de Granollers una “ciudad de happenings y congresos”. El primero de ellos –probablemente más valiosos por la desinhibida dinamización popular que desencadenan que por su estricto valor creativo- estará liderado por los artistas Eduardo Arranz Bravo y Rafael Bartolozzi, mientras que el segundo tendrá a Salvador Dalí como sonado anzuelo mediático. Las cámaras de un equipo alemán registran la delirante explosión de color en unas imágenes que se incorporarán al metraje del alucinógeno documental Impresiones de la Alta Mongolia.
Este particular sentido del happening se perpetuará a lo largo de una serie de manifestaciones residuales, como El Desalojo del Ayuntamiento, que contará con la contribución del ensayista Luis Racionero y de los pintores Modest Cuixart y Joan Ponç. Desgraciadamente, otras propuestas se verán decididamente truncadas. Es el caso de la primera edición del Catalunya Happening Camping Internacional de Artistas, anunciado como “un manicomio de artistas al aire libre, una experiencia de arte total”. En julio de 1985 los alrededores de la ermita de Sant Bartomeu, entre La Roca y Órrius, habían de acoger a un centenar de artistas de primer nivel de diversos paises europeos. Una senyera gigante concebida por el omnipresente Dalí debía presidir la cumbre creativa.
Aquel sueño imposible culmina con la celebración en marzo de 1976 del Primer Congreso Internacional de Happenings, que incluye cinco conferencias ilustradas sobre la historia y la evolución del happening en Europa y la edición del libro Happening de Happenings y todo es Happening, título tomado de un mantra daliniano. El volumen será objeto de sucesivas presentaciones con conferencias-coloquio, incluyendo un acto en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona en abril de 1981.
Inmersos en plena eclosión de una escena teatral independiente que favorece el relevo generacional, en 1972 se crea un Ciclo de Teatro en el que actuarán compañías de nueva hornada como Comediants, La Fura dels Baus o Tricicle y se representan piezas de jóvenes promesas de la escena, caso del dramaturgo Josep Maria Benet i Jornet. El ciclo enmarca la convocatoria del Premio de Teatro Ciudad de Granollers, una gran caja de resonancia que, a la vista de su dotación económica, se convertirá en el galardón más importante en lengua catalana.
Otros episodios resultan más oscuros y aparecen mucho menos documentados. Así, en un ámbito más marginal, un comité vinculado a la C.N.T. que batalla en el conflicto laboral de la factoría local Permesa Motor Ibérica, sumida en plena crisis, aprovecha la gira europea del Living Theatre e invita a la mítica compañía de Julian Beck a sumarse a la movilización. La combativa troupe norteamericana, condenada al vagabundeo, acepta el ofrecimiento y en 1977 escenifica en el pabellón municipal de deportes una representación benéfica –en inglés y en bolas- de su escandalosa panfleto Seven Meditations On Political Sadomasochism, colérico drama calificado como “una misa negra anarquista”.
La sangre no llega al río, pero aquel mismo año Albert Boadella, director de Els Joglars, será denunciado por un funcionario teledirigido del ayuntamiento de Granollers y detenido por la representación de La Torna, polémico montaje inspirado en la ejecución de Salvador Puig Antich que, entre otras lindezas, hace escarnio de la Benemérita. El preso Boadella pondrá pies en polvorosa gracias a una fuga rocambolesca…
El corolario de aquella utopía llegará en otro mayo emblemático, el de 1971, con la celebración de la primera edición –y única- del primer Festival Internacional de Música Progresiva del estado, casi veinticuatro horas de música ininterrumpida al aire libre con la mirada puesta en Wight y un permiso gubernativo que no llegará hasta el último momento. Tan sólo existía un precedente anterior, las 30 Horas de Música y Baile de la cercana población de Montmeló, un festival del que, al menos, se llegarán a celebrar media docena de ediciones. En realidad se trataba más bien de un concurso para conjuntos musicales noveles que incluía, a manera de reclamo, la participación de grupos invitados muy populares como Los Bravos, Smash o Pop Tops. Por este motivo el de Granollers ha de considerase como el primer festival en sentido estricto.
Bajo el eslogan “Vive la Música” un apetitoso cartel con más de una veintena larga de formaciones encabezado por los británicos The Family congrega a casi 4.000 peludos. Por el camino caerán los anunciados The Pretty Things –hubiera sido demasiado bonito-, mientras que los totémicos Pink Floyd representan una entelequia económicamente irrealizable.
En un ortopédico escenario encaramado en la grada del campo de fútbol confraternizaron músicos bitánicos, alemanes, franceses –Evolution, The Clock, The Tucky Buzzard…- y una amplia representación nacional con Smash, Pan & Pegaliz, Cerebrum, Tapiman, Jaume Sisa, Pau Riba… y alguno de los componentes de Máquina!, caso de Jordi Batiste, que se sumará a formaciones como Yerba Mate, donde militaban Carlos Avalone y el ahora reputado diseñador gráfico de origen argentino America Sánchez.
Why?, el croissant layetano ya había salido del horno, y aquella primavera el single Sung Bring The Summer llevaba seis semanas encaramado en los primeros puestos del Top. La prensa titulará horrorizada: “Indignación en Granollers por la invasión hippy. Se sospecha que de 3.500 asistentes el 15% tomó LSD y el resto fumaron marihuana en alucinante promiscuidad”. Y a continuación se sucede una retahíla de rancios calificativos: “bochornoso espectáculo”, “grotesco e inmoral”, “absurdo”, ”vergonzoso acto”, “insulto al buen gusto”, “reunión de viciosos trotamundos, molestos y peligrosos”, para rematar la crónica lanzando un propuesta delirante: “A quien quiera le ofrecemos un número especial para el año que viene: una suelta de chacales, o un simposium de atracadores. Al fin y al cabo sería un experimento de interés general”. País…
Con una visión más expansiva del asunto, Karles Torra, crítico musical y estudioso del fenómeno, opina que “el de Granollers es el primer trip colectivo, el auténtico big bang de la psicodelia en España”.
Con un presupuesto de un millón y medio de pesetas y la entrada a 200 cucas, la ceremonia comunal resulta económicamente ruinosa y, por supuesto, no tuvo continuidad, pero el ínclito Dalí se aprestará a sugerir a unos amigotes californianos para una hipotética segunda edición del festival: "Debéis traer a los Grateful Dead a Granollers, que son muy amigos míos".
A un tiro de piedra de allí, en el pueblecito de La Roca –hoy volcánico epicentro hardcore-, el promotor de conciertos Gay Mercader, que vio la luz durante el festival, propondrá a las autoridades locales acoger la primera actuación nacional de sus Satánicas Majestades. El permiso le es negado (atendiendo al nombre del solicitante los perspicaces funcionarios del consistorio sospechan que, en realidad, se trata de una concentración encubierta de homosexuales), aunque al final el bautismo rock pudo oficiarse en la barcelonesa plaza de toros Monumental en 1976.
Obstinado, Mercader situará Granollers en el mapa musical cuando en 1973 programa un épico doble concierto de King Crimson y, posteriormente, Soft Machine, todavía hoy recordados con añoranza y “que representará una especie de doctorado para la primera generación de psiconautas catalanes”.
Finalmente, más de tres décadas después, en 2003 Máquina! eligieron Granollers para anunciar su retorno (a la corte de Robert Fripp continuamos aguardándola). En una dimensión casi patafísica el círculo temporal se ha completado porque en 1968 la misma sala donde actuaron abría sus puertas como la bodega psicodélica (?!) Happening 2001. Con un interiorismo inenarrable que enmarcaba sus increíbles sesiones matinales de rock underground, bien puede considerarse como el primer club del país en su género. Y Máquina! actuaron en el que fue su verdadero debut local.
Así pues, la feliz decisión de arrancar de nuevo en la capital vallesana –hoy aburrida y conformista- significa el confesado y merecido recordatorio de un espejismo que, durante una fracción de segundo, se intuyó deslumbrante pero que jamás volverá.